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Rosalía de Castro publica su primera novela, La hija del mar, en 1859, con poco más de veintidós años. La obra narra la historia de la solitaria Teresa, cuyo hijo biológico es arrebatado por el mismo mar embravecido que, instantes después, arroja a tierra a una niña, Esperanza, a quien Teresa adoptará y que crecerá muy unida al joven Fausto. La vida de ambas, que discurre en una choza cercana a un pueblo de pescadores, se verá bruscamente alterada cuando regresa Alberto Ansot, el marido de Teresa, y las encierra en un palacio del que Teresa escapa y Esperanza es liberada por Lorenzo, el padre de Fausto. Pero la experiencia de la reclusión trastorna a la joven, que aparece años más tarde sometida a los cuidados del médico Ricarder y del propio Ansot, quien, pese a su aparente conversión, enseguida muestra su auténtica faz egoísta y traidora. El ajuste de cuentas del que es doblemente objeto, por parte de su primera mujer Candora, y por parte de unos indianos a los que había burlado, desencadena un desenlace trágico al que solo Teresa sobrevivirá.
La novela contiene los ingredientes básicos del folletín. A la fuerte carga emocional de los pasajes y los giros imprevistos de la acción se unen los enigmas sobre filiaciones y sus correspondientes anagnórisis, que sitúan la pregunta sobre la identidad en el centro de la obra. Pero, al lado de estos elementos un tanto repertoriales, La hija del mar destaca por su intensa carga intertextual que, aunque se hace especialmente obvia en el prólogo y en los epígrafes que abren cada uno de los veinte capítulos que la conforman, se materializa también en todo el texto, mediante numerosísimos ecos explícitos e implícitos que traen a colación a Byron, Hoffman, Shakespeare o Tasso.